Por: Néstor Ocampo

“Quindío” es una palabra singular que no se repite en los mapas del mundo, escucharla nos provoca emociones indefinibles y revive recuerdos profundos del entorno que conocemos y de nuestras vidas. Nombra el territorio de nuestra identidad y define sus límites, esos que solo el corazón entiende. Enlaza el presente con leyendas de pueblos ancestrales que habitaron estas tierras, trae a la memoria historias de  colonos que vinieron después a construir el mundo que hoy tenemos como herencia.

Habitamos un lugar prodigioso en la zona ecuatorial del planeta Tierra. La energía del sol abunda en este escenario de procesos geológicos y climáticos que han generado, al cabo de millones de años, la región con mayor diversidad en formas de vida: el Neotrópico. Somos parte de la maravilla que disfrutamos a diario casi sin darnos cuenta: climas benévolos, aguas abundantes, suelos fértiles, vida, humanidad.

Este, nuestro TERRITORIO, es el lugar donde nos sentimos cómodos, tranquilos y seguros; donde nuestras vidas tienen un sentido más claro y los recuerdos funden sus raíces con la tierra. Crisol en el que nuestra identidad, individual y colectiva, se ha forjado. Parcela donde se cultiva y se cosecha lo que apetecemos. Vecindad habitada por las personas que amamos y conocemos. Geografía de los lugares que hemos caminado, selvas, páramos, valles y pueblos que nos susurran mitos, cuentos, leyendas y canciones que reconocemos.

Tal vez el mejor lugar para comprender lo que significa el territorio es la lejanía. Cuando nos acosa la NOSTALGIA, ese malestar espiritual que sufrimos lejos de casa y de las personas que conocemos; extrañando olores, sabores, colores y paisajes. La palabra nostalgia proviene del griego nostos (regreso) y algos (dolor), el dolor que produce el deseo de regresar. Nostalgia es «la pena de verse ausente de la patria o de los amigos» dice el diccionario. De otra manera podríamos decir que la nostalgia es «el dolor de la ausencia». Dolor que llega a ser físico pues mientras creamos y habitamos un territorio éste a su vez nos habita, y no puede ser de otra manera porque somos consustanciales.

Nuestro territorio, reconocido Patrimonio de la Humanidad, por ser el Paisaje Cultural Cafetero de Colombia, es “ejemplo sobresaliente de adaptación humana a condiciones geográficas difíciles sobre las que se desarrolló una caficultura de ladera y montaña […] caso excepcional en el mundo”. Un mundo creado en la Naturaleza, fruto de un esfuerzo común. Somos paisaje cultural, somos el territorio.

Pero el Quindío, nuestro lugar, está en peligro, amenazado por grandes grupos económicos que han venido a explotar nuestros recursos, a imponer un modelo económico que destruye la vida y la obra humana. Usan y envenenan las aguas, explotan los suelos hasta agotarlos, ensucian el aire, extraen recursos del subsuelo, lo acaparan todo para acumular más riqueza y poder.

Algo en nuestro interior se subleva. Ese no es el camino de reciprocidad que la savia ofrece y reclama. Debemos volver a lo SAGRADO de los TERRITORIOS en donde la VIDA y nuestra vida son posibles. Solo valorándolos como sagrados tendremos la fuerza necesaria para defenderlos de la insaciable voracidad de quienes hoy se están apropiando, violentamente, de los BIENES COMUNES NATURALES (aire, suelo, agua, mares, minerales…), de los BIENES COMUNES SOCIALES (servicios de energía, agua, telefonía…) y hasta de los BIENES COMUNES INTANGIBLES (Cultura, subjetividad, derechos laborales…), bienes esenciales de los territorios y de quienes los habitamos.