Me he identificado como defensora de los animales y en el tiempo que llevo en esta labor me he dado cuenta que el fin último siempre será un cambio social profundo y la defensa de la vida en cualquiera de sus formas. Quién empieza a tratar a los animales de forma digna, a reconocerlos como sujetos de derecho, se pregunta a sí mismo también por la naturaleza de sus relaciones con otros seres humanos y con el ambiente que lo rodea, hace una revisión de su comprensión de compasión, de empatía y en definitiva, trae consigo un cambio individual y colectivo trascendental. Abogar por los derechos de los animales, es abogar por la transformación de una cultura destructora, indiferente ante el sufrimiento del otro (incluidos los seres humanos), excluyente con los intereses, sentires y formas de ser y pensar hacia los demás.

Siempre he pensado que el activismo social es un replanteamiento continuo. La defensa de los derechos de otros requiere de un ejercicio juicioso de conocimiento constante del mundo en que nos movemos y sus dinámicas. Al estar inmersos en el movimiento social, es fundamental plantear estrategias de mayor alcance e impacto, conocer el trabajo de otros activistas, hacer alianzas estratégicas y buscar los medios para incidir en la ciudadanía, en la política y en la educación.

El activismo en sí no ha de ser un asunto aislado. Tanto he aprendido de los ambientalistas y animalistas, como de los defensores de los derechos de personas de orientación sexual diversa, de los protectores de los derechos de mujeres y niños y de los activistas por los derechos de los indígenas; y aunque es difícil abogar por cada una de estas causas, puedo decir, que el trabajo por mi causa, se ha enriquecido con las miradas y formas de actuar de los demás movimientos. Con esto afirmo que el foco de atención ha de ser cada vez más amplio, pues cada lucha social, tiene mucho que aprender de los dilemas, ideologías y aciertos de las otras.

Cuando decidí formar una organización sin ánimo de lucro, que reuniera todos estos objetivos,  que pudiera liderar cambios que identificaba como realizables en nuestra época, comprendí que debía ver posibilidades en lo inviable. La lucha por los derechos de los animales puede parecer un ideal imposible en un mundo aún tan indiferente ante la masiva explotación de no humanos y, sin embargo, nos encontramos a puertas de una era en la que los animales de compañía están tocando la sensibilidad del ser humano, haciéndolo replantear poco a poco el trato que da al resto de animales con los que comparte la existencia. Aunque lo anterior suene contradictorio, en la práctica es una oportunidad de acción gigantesca de la que hemos decidido tomar provecho.

Ese amor que está despertando por el que no habla pero tiene ojos y con sonidos igual expresa su sentir, se ha convertido en la escalada a un mundo desde el que se visualiza y comprende que los animales también han sido víctimas del sistema capitalista y que, bajo el argumento de nuestra cultura de consumo, sufren humillación, miseria, desesperación, angustia, e injusticia. Amar Es Más ONG, es la organización sin ánimo de lucro, que formamos precisamente para hacer visibles esos procesos en los que el ser humano, a través de la puesta en marcha de su subjetividad política, es decir, de la toma de decisiones, el desarrollo de una visión crítica y de la transformación consciente de sus acciones en la vida cotidiana, se suma como individuo al nacimiento de una sociedad más justa.

Ahora bien, el desarrollo de ese propósito depende en gran medida de la perseverancia de los activistas, del fortalecimiento continuo de sus propias capacidades y del foco claro sobre los objetivos. Es común ver que pocos cambios significativos ocurren para los animales, por causa del miedo de sus voceros a caer en contradicciones, bienestarismos, o dar su brazo a torcer al sistema, y esas posturas en extremo radicales, sólo sirven para ponerle trabas a las transformaciones más profundas.

Por tanto, uno de los retos más importantes a los que ha de enfrentarse el movimiento animalista, ambientalista y tantos otros movimientos sociales es, además, reconocer que en ese proceso de búsqueda de la protección de otros (incluido el ambiente), se hace necesaria la mediación de condiciones, lo que implica muchas veces, sacrificar un poco ahora para obtener mejoras más influyentes y significativas después. En definitiva, una posición en exceso radical, impide que reconozcamos que las dinámicas tan culturalmente arraigadas, requieren de cambios graduales para ser transformadas en ideales. Sin duda, los cambios sociales requieren de grandes esfuerzos, y uno de ellos, ha de ser nuestro reconocimiento como activistas de la importancia de mediar, discutir y llegar a acuerdos con el objetivo de unir medios para un fin alcanzable.

Es indispensable echar mano de las posibilidades que brinda el momento histórico en que se actúa, identificando los cambios posibles y los aún no posibles, echando un vistazo atrás para entender los errores ya cometidos y procurar no repetirlos y comprendiendo, en contacto con los demás, los verdaderos intereses y necesidades de transformación. No menos importante, es reconocer los alcances y límites del quehacer, aterrizando las verdaderas posibilidades de acción, pues de lo contrario, el trabajo por un mundo mejor, no solo se vuelve infructuoso, sino también frustrante y agotador.